La lluvia cantaba su canción sobre la calzada, mientras Marisa aceleraba su paso por el sendero que la conduciría a la puerta de entrada de su vivienda.
De contextura física menuda, frágil, pero dotada de carácter firme y decidido. Condiciones que la ayudaron a ser una excelente enfermera.
Corrió con prisa el cerrojo de la verja y ya en la calle, mientras caminaba, pensó que lo vivido aquella madrugada no había sido una pesadilla sino la realidad cruel y despiadada que se manifestaba sin maquillaje ante sus ojos.
Hoy iría nuevamente a su trabajo, dialogaría con sus compañeros, atendería vaya a saber qué pacientes, pero ya nada sería igual...
-¡Critian ven! ¡Dame la mano! ¡Vamos a tomar el té!
De esa manera maternal, había tratado a ese niño de tan solo seis años, cada mañana cuando lo hallaba acurrucado al costado de la puerta del café " La Avenida".
-¿Dónde vives?- le preguntó una mañana de intenso frío, cuando lo encontró en aquella parada de ómnibus desaseado y melancólico.
-¡Lejos! ¡Muy lejos! -respondió.
-¿Tienes hermanos?
-Sí, cinco. Yo soy el más grande.
-Deberías estar en la escuela a esta hora...¿No vas a clase? -preguntó Marisa.
-No, tengo que trabajar -respondió el niño.
Marisa notó de pronto un cambio en el semblante del pequeño Cristian. Su rostro se transformó; una sombra de ira se dibujó en él y no quiso hacerle más preguntas en ese momento, contuvo su ansiedad y ambos permanecieron un tiempo callados. Luego, la joven lo invitó a tomar un té y a partir de entonces, el niño la acompañaría en todos los desayunos en el café "La Avenida".
Poco a poco, la confianza mutua se fue afianzando, por lo cual Marisa pudo ahondar más en la vida de Cristian.
Una tarde soleada, luego de haber concluido su tarea diaria, Marisa acordó con Cristian, encontrarse para viajar juntos a conocer la familia de éste.
El niño se lo había advertido,pero ella no podía imaginar lo que encontraría al llegar.
Todo el entorno concordaba con la apariencia de Cristian quien la observaba con sus ojos grises invadidos de tristeza y rencor.
Era la vivienda una casilla, donde podía advertirse la presencia de roedores, también trozos de tela que sujetos a alambres, colgaban desde el techo para separar los ambientes.
Desde uno de los lugares, los gritos del padre alcoholizado los recibió.
Una vez más comprobó que el semblante del pequeño, cambiaba al oír los improperios del padre.
Al ingresar a aquel lugar, una joven mujer, cuyo rostro denotaba más edad, debido a la vida que llevaba, saludó a la muchacha, mientras acunaba a su hijo más pequeño.
-Ella es Marisa, de quien te hablé -dijo el niño a su madre.
-Oh sí, mucho gusto -respondió la mujer.
-El gusto es mío -respondió la joven.
Mientras esto sucedía, el padre del niño continuaba gritando incoherencias y golpeando sobre la mesa.
Fue en un segundo cuando cayó sobre el niño y tomándolo del cuello lo elevó por el aire. Marisa desesperada, trató de quitar al niño de las manos que oprimían su cuello. En ese momento el hombre las separó dejando caer su hijo al suelo.
-¡No trajiste plata! ¡Lo haz pasado vagueando!¡Quiero que me traigas plata!
-Déjelo! -le gritó Marisa, a lo que el sujeto respondió con un empujón.
La madre, al ver lo que ocurría, corrió a socorrer a su hijo y a la muchacha, siendo por ello también agredida. Los otros niños lloraban en un rincón.
Marisa tomó de la mano a Cristian y lo confortó.
Entendió la situación al ver a la madre de Cristian con el rostro lastimado y los ojos húmedos por las lágrimas. ¿Qué más debía ver y oír para entender?
Se despidió de la mujer y el niño hasta el día siguiente, no sin antes dejarles su número telefónico y algo de dinero para que la llamasen desde cualquier lugar, además sugiriéndole a la madre de Cristian, que en cuanto pudiera fuese hasta la comisaría a exponer su denuncia por maltrato hacia ella y sus hijos por parte de su marido.
Tomó nuevamente el ómnibus al atardecer, con la preocupación que le causaba dejar al niño junto a su padre.
Al día siguiente, cuando se dirigía al café, observó que dos niños se golpeaban con furia. No pudo identificar de inmediato al pequeño, debido a la intensa niebla que cubría el lugar esa mañana, pero cuando caminó unos metros hacia ellos inmensa fue su sorpresa al comprobar que uno de ellos era Cristian.
Trató de disuadirlo para que abandonara la contienda, pero fue en vano. Un Agente de Policía, al ver la escena se aproximó, y logró que ambos depusieran su actitud.
Marisa se hizo cargo de Cristian y todo llegó a buen término.
Ya dentro del café, la joven interrogó al pequeño.
-¿Por qué peleaban?
-Cuando voy al colegio me grita cosas y cuando me ve en la calle también -respondió el niño.
-¿Qué cosas?
-Flaco, sucio, me dice que mi viejo es un borracho, que soy chorro.¡Algún día lo voy a matar! -gritó el niño.
La muchacha lo calmó. Era un niño dócil. Supo que ese era el momento preciso para ser tratado por especialistas. Había que salvarlo.
Habló con una psicóloga amiga y lo acompañó a la primera entrevista.
Transcurrió bastante tiempo desde que comenzó las sesiones hasta el día que dejó de asistir a ellas. Marisa no lo veía con la frecuencia de antes, por lo cual una tarde decidió viajar hasta la casa de Cristian.
Al llegar, la desolación arrasó con todas sus esperanzas.
Halló a la madre del niño golpeada, con el más pequeño de sus hijos en el regazo y a su padre poseído por los demonios del alcohol. Alrededor de su madre los demás hermanos perplejos, llorando como estatuas vivientes del horror, impotentes por no poder hacer algo... pero, Cristian...no estaba...nadie sabía de él.
Consternada por la realidad dio aviso a la Policía y tomó nuevamente el ómnibus que la condujo a su casa.
Al llegar, halló un papel colgando de su verja que decía "No me busques" "No me vas a encontrar". "Gracias por quererme ayudar"
Un mal presentimiento surcó la mente de Marisa, quien ingresó rápidamente a su vivienda en búsqueda de tranquilidad para reflexionar,
Amaba a ese niño y no quería que le sucediera nada malo.
Se encontraba descansando en su cama con los ojos cerrados, cuando escuchó el sonido del teléfono. El tono de voz del comisario fue imperativo.
-Solicitamos se apersone lo más pronto posible en esta Seccional, ya que usted se ha hecho cargo desde hace un tiempo de este menor al que tenemos demorado.
Luego de escuchar esto, la joven saltó de la cama como un resorte, se calzó los zapatos, tomó su cartera de donde sacó las llaves y se dirigió a la Seccional de Policía.
Allí estaba Cristian con el rostro aún ensangrentado.
Al verlo creyó desvanecer, pero se mantuvo en pie mientras escuchaba la declaración del testigo:
"Y entonces de su boca comenzaron a salir llamaradas en remolino de color rojo carmín; de sus ojos chispazos multicolores en forma de lanzas, sus cabellos irradiaban centellas que iluminaban el atardecer y su lengua lanzaba al aire, trozos de piedras que caían con furia sobre su contrincante.
Luego, tomó por los hombros y con fuerza de oso golpeó su rostro al punto de desfigurarlo totalmente, haciéndole perder el conocimiento. luego se alejó por el callejón, como si no hubiese sucedido nada".
Luego de escuchar esta declaración, Marisa volvió su mirada hacia Cristian sin poder articular palabra, más tarde pudo oír decir al Comisario que quedaría detenido.
Pasado algún tiempo, el ya joven quedó en libertad. Aquella tarde soleada de otoño, la brisa arrullaba la copa de los árboles, mientras ambos caminaban en silencio, rumbo a la vivienda de la joven.
Tomarían un té y luego Cristian viajaría a visitar a su familia para reencontrarse luego con la muchacha.
Días más tarde, una llamada telefónica en medio de la madrugada la sobresaltó. Nuevamente era de la Comisaría y le pedían fuera de urgencia hasta ese lugar. Así fue que se vistió y salió para llegar hasta ahí.
Allí le comunicaron que al salir en libertad el joven se había unido a una pandilla con antecedentes penales y que la personalidad del muchacho correspondía a los que mataban, robaban o cometían cualquier otro delito sin sentir culpa ni remordimiento alguno, es decir que se trataba de un psicópata.
Supo entonces, que hacía solamente unas horas, habían ingresado por la parte posterior de una finca con el objetivo de robar, pero al resistirse sus ocupantes, nuevamente Cristian con sus manos y garras de oso y haciendo uso de un arma de fuego, al igual que sus compañeros, no tuvieron reparo en disparar contra los ocupantes de la vivienda.
Al oír los vecinos dieron aviso inmediato a la Policía, quien trató de disuadirlos para no causarles daño, pero Cristian transformado por los acontecimientos saltó el perímetro de la finca como flotando en el aire, suspendiendo su cuerpo como si no pesara nada y comenzó a cruzar campo, disparando contra los Agentes de Policía, a la vez que éstos corrían tras él respondiendo a su agresión, hasta que unas de las balas impactó en la espalda del joven, quien se desplomó en medio del campo, sin vida.
Cuando el Comisario concluyó su relato, Marisa creyó morir también aquella madrugada junto a ese joven, a quien colmó de cariño, dedicándole tiempo y esfuerzo, luchando por él hasta último momento, para salvarlo.
Jamás olvidaría a aquel niño convertido en joven, dueño de aquellos ojos grises melancólicos y a quien tanto amó. Ahora sin vida, víctima de su cruel destino.
Como una autómata se encaminó a reconocer el cadáver y luego se comunicó con la madre del joven, quien lloraba desconsolada. Ambas se ocuparon de que tuviera un entierro digno. Más tarde, la madre agradeció a la joven todo lo que había hecho por su hijo.
Marisa continuó su vida, la de todos los días, la de cada día, con la certeza de que ya nada sería igual y que ni ella misma lo volvería a ser...
Susana E. Irigoite
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