Tras la vigilia soñó despierta,
como si soñar fuese un juego,
donde disipar de su ser desierto,
el aullido de su maltrecho ego.
El alba despuntaba exultante,
haciendo su aparición audaz,
donde extinguir la soledad flagrante,
era la meta de su andar pertinaz.
Ausencia de infinita transparencia,
calcinaba el afán de su presencia,
deambulaba la vida sin conciencia,
fugaz y sutil subsistencia.
Si cada amanecer era un destierro,
el hedor de una mustia existencia,
y el soñar mitigaba el infierno,
de una efímera permanencia.
Al abrir los ojos soñaba despierta,
recuperando retazos de su vida,
la que fuera olvidada e incierta,
tras una inesperada partida.
Un sol radiante le iluminó las sienes,
en su jardín cubierto de rosas,
las que un día como arlequines,
le sonrieran y declamaran prosas...
Susana E. Irigoite
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