UNA PESADILLA

El ardiente sol de enero, deshidrataba cada vez más el ya resquebrajado asfalto, mientras ella inquieta, esperaba en el andén la llegada del tren que la conduciría hasta la estación Liniers.
Observó hacia ambos lados y decidió caminar hasta el kiosco más cercano, para comprar una golosina.
Apuró el paso cuando regresaba, pues vio que se aproximaba su tren..
La gente corrió, se agolpó violentamente, y ella al final pudo subir, entre empujones y golpes.
¡Qué pequeña se sintió entre esa multitud desconocida y distante!
Mientras viajaba, descubrió en aquellos rostros, sonrisas, tristezas, preocupaciones...
Luego de transcurrir un tiempo el tren se detuvo en una estación y el grito de una mujer la sobresaltó.
-¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡No encuentro a mi hijo!
Era el clamor de una pasajera, quien al descender de la máquina, se halló envuelta en una vorágine que hizo que la mano de su hijo se soltara de la suya.
Continuó gritando desesperadamente en busca de ayuda, mientras el silbato del tren anunciaba que proseguía su viaje.
Aquella mujer corrió al costado del tren, el tiempo que le fue posible.La máquina tomó el máximo de velocidad, dejando atrás a la angustiada madre.
El calor era agobiante. Gotas de sudor se deslizaban por todos los rostros. Miró hacia el exterior de la ventanilla y mientras su pensamiento se perdía en la nada;  algo llamó su atención. Un vehículo circulaba a la par del tren. Se aproximaba peligrosamente cada vez más a uno de los vagones.
Eran tres los hombres que viajaban en el auto, dos de los cuales repentinamente, abrieron una puerta del mismo, lanzándose hacia el agarradero del vagón, logrando de esta forma trepar al mismo.
Eran dos rostros desafiantes, adustos. Giró su cabeza hacia la ventanilla del tren  para  mirar hacia afuera tratando de olvidar  lo que había presenciado y continuar su viaje en paz.
De pronto, sintió que alguien golpeaba sobre su falda. Sin demora desvió la mirada hacia el costado en cuestión y vio cómo dos ojitos llorosos se posaban en los suyos. Alejó un poco más su mirada y descubrió a los dos hombres quienes hacía momentos  habían subido al tren, a pocos metros del niño. Entonces recordó a aquella mujer desesperada. Acarició la cabecita del pequeño, luego le tomó la mano con firmeza;  sería más fácil sostenerlo ya que ahora no había tanta gente en el vagón.
La máquina detuvo su marcha. Era la estación donde debía bajar. Descendió, llevando consigo al niño, quien comenzaba a sollozar.
Contempló los alrededores de la calzada para comprobar que no era seguida. ¿Qué hago ahora?- se preguntó a sí misma- e inmediatamente recordó el lugar en donde había quedado la mujer desesperada.
Caminó unas cuadras hasta que tomó el ómnibus que la condujo hacia ese lugar.
A pocos pasos de bajar del vehículo los dos hombres del tren, la tomaron de ambos brazos, mientras que un tercero le arrebató al niño de sus brazos.
Comenzó a gritar con todas sus fuerzas;  con toda su voz, tanto gritó que llamó la atención de quienes pasaban por el lugar. Inmediatamente al ver lo sucedido acudieron en su ayuda, lo cual hizo que aquellos individuos depusieran de su actitud, huyendo.
Al quedar liberada y recuperando al pequeño que lloraba desconsoladamente, trató de serenarse, agradeció a quienes la ayudaron y con decisión, sacando fuerzas de algún lugar, se dirigió a la Seccional Policial más próxima, con varios testigos donde expuso su denuncia e hizo entrega del niño. No obstante quedó esperando mientras la Policía comenzaba las averiguaciones pertinentes al caso.
Algunas horas más tarde vio ingresar a la mujer que clamaba por su hijo.
Ambas se miraron y sin mediar palabra se estrecharon en un intenso abrazo enjugando ambas sus lágrimas, mientras el pequeño corría hacia los brazos de su madre.
Al salir de la Seccional Policial dio gracias a Dios,  por haber sido solo una pesadilla...

Susana E. Irigoite


Sobre SUSANA IRIGOITE

Docente y Escritora de la localidad de Ranchos partido de General Paz. Bienvenidos a mi blog. No olviden dejar su comentario. Siempre es un placer leerlos.
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