Era la hora de una siesta obligada,
y junto a la ventana de mi cuarto,
un hombre con tristeza en su mirada,
transformaba su dolor en llanto.
¡Facho!¡Facho! alguien gritó,
y en la desolada calle el eco vibró,
aquel hombre balbuceó algo inaudible,
¿Cómo saber la causa de su abatimiento visible?
Recuerdo imágenes de sus estados,
obsevándolo con ojos azorados,
era un ser de andares complicados,
en busca de sosiego de modos equivocados.
Alguien conocería su pesar ,
al que con alcohol quería alejar,
nadie podía su actitud juzgar,
si así su dolor lograba calmar.
Nunca supe su verdadero nombre,
tan solo recuerdo como le llamaban,
mi mente adolescente permitió asomarme,
solo a esa imagen de labios que clamaban...
Susana E. Irigoite
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