Las sombras me atrapan y envuelven,
la noche y su magia se hacen presente,
entonces pienso, me torno impaciente.
Pienso en el niño solitario,
en el que gime sediento y hambriento,
en el silencio legionario,
ese que oprime el pecho quitando el aliento.
En aquel que luchó por algo diferente,
y en la penumbra solo fue quedando,
frente a un mundo tan indolente,
que lo dejó de bruces y continuó girando.
Y pienso en nosotros,
los de siempre y cada día,
en la carga nuestra y de otros,
que hacia adelante inclina los hombros,
y mantiene la fe como escudo y guía...
Susana E. Irigoite
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