EL ESTIGMA

La lluvia y el viento golpeaban con fuerza el ventanal. Entreabrió los ojos y rápidamente se incorporó en la cama. La cabeza le daba vueltas.
Como pudo giró el cuerpo y dejó caer las piernas a un lado.
Tambaleante se dirigió hacia la puerta. Pudo ver entonces, el extenso pasillo y lentamente fue recordando, dónde se encontraba y el motivo por el cual, se hallaba en ese lugar…

I

Corría el año 1938, en un pueblito de Provincia…
La tarde otoñal se presentaba apacible y Elsa junto a sus hermanos, se hallaba jugando a las escondidas en el patio de su casa. Era la tercera de seis hermanos y contaba por ese entonces con tan sólo,  ocho años.
De tez muy blanca, cabello rubio y ensortijado que descendía en forma de melena, ojos verdes y pestañas largas y arqueadas que enmarcaban su mirada. Era una niña muy bonita, encantadora.
Sus padres Nélida y Pascual, eran hijos de inmigrantes y luchaban por darle a sus hijos todo cuanto necesitaban para desarrollarse tanto física como intelectualmente sanos.
Se dedicaban, la madre, a las tareas del hogar y a la crianza de los hijos, mientras que el padre, tenía un almacén de barrio. Diariamente viajaba hasta el campo en busca de leche, huevo y verduras, lo que luego vendía en su negocio.
La vivienda que poseían era humilde pero confortable. Nélida, confeccionaba  la ropa de los niños y ahorraba en todo lo que era posible, ya que eran días difíciles los que vivían.
La pequeña Elsa, integraba el coro de la Iglesia ya que  amaba la música y tenía aptitudes para el canto.

-¡Elsita! ¡Elsita! –la llamó su hermana menor, Amanda -¿Dónde estás? ¿En qué lugar te has escondido?
-¡Acá!  - respondió la niña con fastidio, mientras frotaba sus genitales, contra los barrotes de la cama de sus padres.
¡Oh! –dijo Amanda al verla y se alejó cubriéndose la boca para no gritar. Luego llamó a su madre y le informó sobre lo sucedido.
Sin perder un solo minuto, y como disparada por un rayo, con el rostro descompuesto por la furia, Nélida fue hasta el  lugar, constatando lo que Amanda le había contado. Así fue que cuando estuvo frente a la niña,  su mano cayó pesadamente sobre el cuerpito de la pequeña, quien con el rostro bañado por las lágrimas corrió hacia su cuarto donde quedó encerrada, sin comprender el motivo de aquella reprimenda que duró varios días, tal como lo dispusieron sus padres, en carácter de “castigo”. Elsita nunca entendió la causa por la cual su madre se enojaba tanto y le propinaba tales sanciones, tan sólo sabía que lo que ella hacía en los barrotes de esa cama,  le proporcionaba sensaciones placenteras.
Transcurrieron unos días y Amanda volvió a encontrar a su hermana en la misma situación, siendo el escarmiento el mismo y la respuesta también. 
El tiempo fue pasando sin que Elsita,  supiera el origen de las broncas de su madre cada vez que ella buscaba aquel goce.

II

Los días se fueron sucediendo y Elsita cada vez ayudaba más a su madre en los quehaceres de la casa, pero podía observarse que  fregaba con mayor ímpetu los pisos.
-Elsa no mojes tanto el piso del negocio, pues le arruinas la mercadería a tu padre y los tiempos no permiten darnos ese lujo –le dijo una mañana Nélida -pero Elsa no oía, limpiaba los pisos, su cuerpo, sus manos, su ropa…y cantaba como un ruiseñor.
Cierta tarde, a la hora en que el vecindario dormía la siesta, decidió dar un paseo por los alrededores de su casa. De  repente una vivienda  precaria llamó su atención. Con sigilo caminó unos pasos, hasta que se aseguró que estaba deshabitada. La fachada era lúgubre, deprimente, pero algo muy fuerte, la atraía; la empujaba a entrar. Lentamente corrió el pasador del portón, tratando de hacer el menor ruido posible. Luego, continuó hasta la puerta principal de la morada.
Árboles frondosos y diversas plantas, cubrían las  paredes, llenando de sombras el lugar. 
Al  abrir la puerta, sintió que la oscuridad lo invadía todo. Podía respirar la humedad del ambiente.
Fue entonces, que se presentó ante ella, una luz muy brillante y potente, tanto, que la encandiló e inmediatamente se esfumó. 
Elsita, muy confundida por lo sucedido, no quiso permanecer más en el lugar, aunque interiormente la curiosidad la roía. Sin pensarlo, se encaminó hacia la salida y regresó a su casa.
Tiempo después, conoció a una anciana que acudía diariamente a la Parroquia.

-¿Usted sabe quién vivía ahí? –preguntó la niña.
 -Esa casa - explicó la longeva –fue habitada por un matrimonio joven, hace años atrás.

 Tenían una hijita de dos años. Sucedió que una tarde, cuando la madre se hallaba realizando las tareas dentro de la casa, la pequeña salió a jugar al patio y se alejó de ahí al ver que la reja de la entrada se hallaba abierta,  sin que su madre se percatara de su ausencia hasta unos cuantos minutos más tarde.
Así  fue que se retiró,  llegando hasta el paso a nivel que se hallaba a una cuadra de su casa  y comenzó a jugar sobre las vías. Unos  pocos minutos más tarde un tren debía pasar por ahí y cuando el maquinista divisó a la niña, con desesperación hizo sonar el silbato, pero no pudo evitar la tragedia.
Los padres totalmente destruidos por el infortunio, dejaron la casa y partieron para no regresar nunca más.
Luego de escuchar el relato, Elsita, con el rostro pálido, agradeció a la señora y no hizo más preguntas.
Pasaron unas semanas y la niña,  atraída por la curiosidad regresó a aquella casa.
Lentamente, abrió la puerta principal e ingresó a una habitación y con sumo cuidado entre abrió una persiana.
Pudo entonces, recorrer visualmente el lugar.
Había en él, un gran desorden, papeles, algunas prendas humedecidas por el tiempo, libros, mucha tierra, lo que provocaba desesperación en Elsita, no obstante, persistió en su intento de saciar su inquietud.
Sorpresivamente  los vidrios produjeron un sonido intenso que sobresaltó a la pequeña, pero nada la detuvo. De pronto, una llave que asomó por debajo de unos  libros, hizo que  prestara atención. Después de unos segundos, la tomó y guardó en uno de los bolsillos de su abrigo, sin saber para qué sería útil.
Recorrió una vez más su alrededor, para luego retirarse.
Una mañana, cuando sus padres se hallaban desayunando, escuchó una conversación que mantenían.
-Dicen que hace unos días –explicaba Nélida a su esposo –llegaron unas personas a esa casa. Que son familiares de la pareja que se fue y murieron hace un tiempo en un accidente. Vinieron en busca de una llave muy importante, que quizá se hallaba en ese lugar, pero parece que no tuvieron suerte de dar con ella.

-¡Vaya uno a saber! – dijo Pascual – ¡Eso es como buscar una aguja en un pajal!

Al oír esta conversación Elsita se mordió los labios, sabía que no podía hablar; debía guardar silencio pues ¿Qué le harían sus padres si se enteraban de que ella la sacó de la casa?  No, nunca debían entrarse.
Pocos días después la niña se reunió nuevamente con la anciana en la Iglesia.

 -Te voy a contar algo, que no he confiado a nadie hasta ahora, pero lo debes mantener  en secreto. ¿Lo prometes? –le dijo la mujer.
Elsita asintió con la cabeza.

-Días pasados, visitaron la casa de la que me hablaste, unos familiares de la pareja, en busca de una llave que sería imprescindible para demostrar  lo que yo siempre sospeché pero no quise decir. La pequeña no se alejó de su casa el día de su accidente. Fueron sus propios padres quienes la llevaron hasta las vías, en un horario en el que nadie los podía descubrir, o al menos eso sería lo que ellos habrán pensado, cuando la dejaron jugando con sus juguetes.¡¡¡ No hay perdón para semejante herejía!!! Pero bueno, ahora vinieron por esa llave y no la hallaron, lamentablemente. Con ella abrirían un  cofre que los parientes de la pequeña, saben donde hallar,  y   en el cual, supuestamente hay cartas que explican el hecho, aunque no hay  esclarecimiento para este crimen y los responsables pagarán con el infierno lo que hicieron.

Elsita quedó temblando. Sintió como sus piernas se movían,  luego de oír esta confesión.

-Gracias por confiar en mí –atinó a decir.
La mujer, le besó la frente e ingresó en la Parroquia.
La pequeña,  luego de aquel día, no pudo dejar de soñar cada noche con esa casa, y con la niñita de tan sólo dos años, que de haber muerto de esa manera, no descansaría en paz, y ella tampoco…

III

Los años fueron pasando y Elsa comenzó a notar cambios en su cuerpo.
-¡Ese vestido te queda hermoso! –le dijeron un día sus amigas.
-¿Les parece? ¿No me ajusta demasiado?
-¡No mujer! –Le respondieron -¡Pareces una reina!
Todas rieron y esa tarde Elsa salió de su casa muy feliz a dar un paseo con sus compañeras.
Al pasar por la casa abandonada un escalofrío recorrió todo su cuerpo, presentía que se hallaba en peligro. Puso todo su empeño y voluntad,  para mostrarse serena ante sus amigas y continuó caminando por la calzada junto a ellas.
Todo parecía seguir su curso normalmente, pero el tiempo que le dedicaba a su higiene personal, cada vez era más prolongado, lo que ocasionó disturbios en el ámbito familiar.
Luego de concurrir a la escuela, dedicaba su tiempo a baldear los pisos, limpiar su cuerpo, sus manos, a las que dejaba enrojecidas de tanto rasparlas para sacarles la “suciedad”.
Mientras tanto, no le faltaban admiradores. Era una jovencita muy bella y atractiva.
El tiempo continuó su peregrinar y Elsa contaba entonces,  con diecinueve años
Una noche, la joven y sus amigas, acompañadas por la madre de una de ellas, acudieron a un baile que se realizaba en el pueblo. Fue ahí donde conoció a Darío, quien sería el primer y único amor de su vida. De cabello castaño, ojos color miel y sonrisa amable, era el muchacho, todo un caballero.
Inmediatamente se enamoraron. Desde el primer momento en que se vieron, ambos supieron que eran el uno para el otro.
Así fue que una tarde, Darío anunció a Nélida y a Pascual que deseaba unirse en matrimonio con su hija.

-Darío –dijo la madre –es nuestra obligación decirle que nuestra hija, desgraciadamente, tiene la “manía” de la limpieza. Usted habrá observado el tiempo que demora en el baño.
-Sí señora, lo sé –respondió Darío.
-Aún así  ¿Está dispuesto a contraer matrimonio?
-Sí quiero. Cuidaré de ella toda mi vida pues la amo con toda mi alma.
 -Siendo así –dijo Nélida –no hay objeciones, pueden casarse cuando lo deseen.

Pasaron unos meses y la boda se concretó.
Ese día, Elsa lucía hermosa y se sentía muy feliz. Se hallaba disfrutando de la fiesta, cuando le avisaron que unas personas deseaban hablar con ella. La muchacha los hizo pasar.
Sin dar a conocer sus respectivos nombres, los desconocidos, de manera desesperada, pidieron a la novia que no entregara la llave que poseía. Que ella la tuviera guardada sin decirle a nadie que la tenía. Muy pronto se daría cuenta el por qué no se la llevaban ellos en ese momento.
-¿Quiénes son ustedes? ¿Quién les dijo que yo tengo una llave? –preguntó enojada Elsa.
-Señora, no podemos decirle nuestros nombres, pero la vimos entrar a la casa de enfrente y como no hemos encontrado una llave de mucho valor para nosotros,  sabemos que solamente usted pudo haberla retirado del  lugar donde se hallaba.
-Pero…yo no la tengo –respondió la joven
-Por favor, sabemos que usted la tiene –dijo una mujer –y no le pedimos que nos la dé, sino que no la entregue a nadie y nosotros ¡Jamás hemos estado aquí! ¿Me entiende verdad?
-¿Quiénes son ustedes –insistió Elsa.
-¡Qué importa!  -dijo un hombre –ya nos vamos, sólo le queríamos pedir eso; por favor. Es necesario que la conserve usted, se lo suplicamos.  Ahora,  no le podemos  dar más explicaciones. En breve va a tener noticias nuestras. Muchas gracias por escucharnos.

Sin más,  las personas  se despidieron de Elsa y ella se volvió a unir con sus familiares e  invitados.
-¿Quiénes eran? Preguntó Darío.
-No me dieron sus nombres. Me preguntaron por un vecino. Nada importante –respondió Elsa –vení, vamos a bailar.

La fiesta continuó hasta el medio día siguiente, momento en el que los novios emprendieron su luna de miel.
Durante el viaje,  Elsa no logró alejar de su mente a aquella gente que la había visitado el día de su casamiento. No entendía por qué tanto misterio con esa llave, aunque sabía lo que con ella se podía descubrir y sintió culpa por no decir lo que había hecho. Ni a su esposo se lo confió y dadas las circunstancias, ahora menos lo haría, ya que no deseaba comprometer a Darío.
Pasaron los días y la flamante pareja disfrutaba a pleno de los días hermosos de sol que la naturaleza les brindaba.
Cierto día, antes de regresar del viaje, Darío dijo a Elsa, que iba a tener que quedarse unos días en casa de sus padres, hasta que él solucionase unos problemas de horario que tenía en la empresa para la cual trabajaba.
Elsa aceptó, sin decir nada ya que era consciente de  que necesitaban del trabajo de Darío y de que ella no podía aportar  nada para los gastos de la casa. Además con los problemas de sus tardanzas en el baño, jamás podría tener un trabajo fuera de su casa.
Así  fue que llegó el día del regreso. Los padres de Elsa los recibieron con abrazos y besos.
Cierta tarde cuando Darío regresó de su trabajo y ya instalados en su propia vivienda, Elsa lo rodeó con sus brazos y lo atrajo hacia sí.
-Querido, tengo que darte una noticia –dijo la muchacha.
-¡Bueno!, ¡Cuánto misterio!  ¿Y qué es? –dijo el joven
-¡Vamos a ser padres! ¡Vamos a tener un hijo!  Darío, sin poder emitir una sola palabra, la abrazó y besó con ternura  infinita. Deseaba tener un hijo de ambos, pero también anidaba en su corazón la esperanza de que ella mejorara con la llegada del niño.
Pasó el tiempo y el niño nació. Era un bebé hermoso, regordete, vivaz. Brindó con su llegada luminosidad a la vida de esta familia, pero las cosas no cambiaron mucho.
-Elsa, Jorgito necesita que lo atiendas –dijo Nélida a su hija.
-Mamá, sabes que hago todo cuanto puedo, ¡ Ya no me exijas más! ¡No puedo más!
Elsa comenzó a refugiarse en su habitación. No podía salir de ese lugar, pues el polvo del ambiente la enloquecía.
Al final de cada jornada concluía extenuada, por el esfuerzo  que le demandaba, cada tarea que realizaba. Pero los demás, incluso su madre, sostenían que era una “manía”, que no tenía “voluntad” para superarla.
Con mucho esfuerzo, un domingo Darío hizo que Elsa se cambiara, para ir de visita a la casa de sus suegros, ya que ella permanecía dentro de la casa,  el día entero,  vestida con un camisón.
Durante el viaje todo se presentó de manera normal. Los padres y los hermanos de la muchacha,  los esperaron para almorzar juntos.
Mientras comían, fue la madre quien disparó el tema.
-¿Viste viejo que los vecinos a los que habían dado por muertos, no lo están?
-¿Y cómo lo saben? –preguntó Pascual.
-Pues parece que una pareja, familiar de la mujer, le ha dicho a la Policía que los han visto y que tienen pruebas de que ellos fueron los que asesinaron a la pequeña. ¡Imagínate que terrible!
-Tendrán importantes pruebas para decir eso –dijo Pascual.
-¡Por supuesto! Una de ellas, la llave de la que te hablé, la que serviría para encontrar lo que demostraría la culpabilidad de los padres y los haría pagar por lo que hicieron, lo cual me parece ¡Excelente!
Elsa al oír esto volvió a morderse los labios para no hablar.
Quiso confiarlo pero era consciente de que de esa manera involucraría a su familia y no quiso hacerlo.
-Has comido muy poco Elsa –le dijo su padre.
-No tengo apetito papá, gracias –respondió la joven.
El almuerzo llegó a su fin y todos fueron hacia el living de la casa. Luego Elsa, atendió a Jorgito y como era de esperar,  se dirigió al baño para ducharse, lo cual demandó un tiempo aproximado de tres horas. Lavaba su cuerpo con tanto afán que dejaba su piel enrojecida, pero siempre era insuficiente, pues continuaba “sintiéndose sucia”.
Ya de noche regresaron a su casa los tres.
Transcurrieron los días y cada vez le era más difícil a Elsa atender a su hijo y esposo, por lo cual, tuvo que hacerse cargo del niño, su abuela Nélida.
Días antes la joven,  había anunciado a Darío.
-Mi amor, perdóname pero ya no podré atender a Jorgito. Tendremos que llevarlo con mamá; mis fuerzas ya no alcanzan.
El joven no respondió. Fue hasta la cocina y se dispuso a preparar algo para cenar, ya que ella no había cocinado  esa noche, tal como lo venía haciendo, desde hacía ya tiempo.
Al no tener junto a ella al pequeño, se encerró aún más en su cuarto, y su esposo  se sintió desilusionado,  ya que hacía pocos días antes había pensado que quizá con su hijo ella mejoraría, pero todo fue un espejismo o quizá un gran deseo de que así fuera. Elsa continuó gastando su piel, destruyendo su vida y la de todos los que la rodeaban.
A pesar de su gran tristeza, ella nunca dejó de cantar. El canto la liberaba, le daba fuerzas, la animaba.
Sin embargo, su dolor estaba ahí, latente, agazapado, esperando, sólo esperando…

IV

Un día, cuando Darío regresó de su trabajo e ingresó en el dormitorio, dio un grito.
-¡Elsa! ¡Elsa, mi amor! ¡¿Qué has hecho?!
La joven se hallaba en el suelo desvanecida y sobre la mesa de luz, Darío pudo ver varios frascos de somníferos vacíos.
Desesperado llamó a un Centro Médico  y a los pocos minutos llegó la ambulancia que trasladó a Elsa, aún inconsciente.
Luego de varios días y asistencia continua, pudieron sacar del trance a la joven.
Darío habló con sus padres y suegros, ya que le resultaba imposible continuar asistiendo a su esposa  en su casa. Todos, comprendieron la situación y aceptaron la propuesta del muchacho.
Así fue que una vez que la joven se recuperó,  le dio la noticia.
-Mi amor, debo decirte algo y espero lo sepas comprender –dijo Darío –ya habrás comprobado que no me es posible continuar cuidando de vos, atendiendo a la vez mi trabajo, la casa y demás. Los médicos me han dicho, que debes estar medicada y cuidada permanentemente, lo que yo no puedo decirte,  que voy a poder hacer. Es por eso que hemos pensado con tus padres y los míos, que lo mejor para vos  es que estés en el Centro, donde recibirás los cuidados necesarios.
Elsa, con tristeza en su mirada, comprendió que eso sería lo mejor para todos.
-Esta bien –dijo a media voz –pero… ¡Te extrañaré muchísimo!
-¡Yo también mi amor! Iré cada día a verte y compartiremos muchos momentos juntos –dijo Darío.
Ambos se estrecharon en un abrazo intenso, se mimaron, se amaron…
Días más tarde,  Elsa fue internada en un Centro para personas con diversos problemas de salud y que requerían cuidados especiales.
La vida en ese lugar le resultó algo difícil de sobre llevar, ya que debido a su enfermedad, los demás se sentían molestos.
A pesar de  todo su infortunio, continuaba cantando y alegrando a todos los que habitaban en ese Centro Asistencial. Diariamente, a la misma hora, se vestía con su mejor traje de noche, se maquillaba y realizaba su show, recibiendo calurosos aplausos, los cuales,  eran caricias para su alma.
Cada día recibía la visita de Darío, de sus padres y de alguno de sus hermanos,  pero su principal y mayor admirador, era su esposo.
Durante las tardes soleadas, recorrían el jardín y entre las flores y árboles del Centro, se brindaban todas las expresiones de amor comparables con lo que sentían el uno por el otro.
Muchos fines semana, Darío iba acompañado por Jorgito, quien crecía sano y fuerte.
Uno de los fines de semana en que vería a su madre, Elsa decidió que le revelaría lo ocurrido con la llave.
-Mamá –le dijo aquella tarde –tengo que confiarte algo sobre la niña de la casa vecina.
-Bueno, decime, te escucho.
-Yo…no me animé a decirte que tengo las llaves que buscan sus familiares. La saqué de una habitación de la casa, hace varios años.
-¡¿Cómo no me lo dijiste antes?! ¡Pobre gente!
-No hablé por temor a la reprimenda –argumentó Elsa –Ahora, lo hago saber para que esa niña, pueda descansar en paz, descubriendo la manera en que perdió la vida realmente.
-Debes dármela, de esa manera podré entregarla  lo antes posible a sus familiares.
 Elsa respondió que sí con la cabeza y fue hasta el placar,  donde había guardado la cartera, luego la entregó a su madre.
Unos días más tarde, Nélida cumplía entregándola  a los familiares que  la  reclamaban  con tanta ansiedad.
La joven siempre se preguntó si su madre imaginó por un momento, la culpa que sintió y que la carcomió por dentro, por no hablar, por el silencio cobarde y cómplice.
 Recordó la última vez que ingresó a la casa, cuando al retirarse y cerrar la puerta, algo que brillaba de manera inusual, llamó su atención. Tuvo que abrirse paso entre las plantas y malezas para llegar hasta el lugar. Cuando se aproximó pudo reconocer una muñeca de cerámica que estaba apoyada sobre una pequeña elevación de tierra que estaba cubierta de pasto. Algo la hizo buscar debajo de esos yuyos y luego de un tiempo de excavar, con gran asombro descubrió que se encontraba el cofre del cual hablaban. Temblando puso la llave en la cerradura y lo abrió. Sin perder el tiempo, leyó alguna de las cartas, las que hicieron que sintiera escalofríos y terror. Rápidamente volvió a colocar las cartas en el lugar, cerró con la llave y colocó debajo de la tierra nuevamente. Tapó con tierra y puso la muñeca de la misma forma en que la halló.
Giró lentamente, para observar  a su alrededor  y al ver que no había nadie, caminó rápidamente hacia el portón de salida.
En ese momento, Jorgito se unió a ellas. Lo acarició con ternura y le sonrió. Pudo apreciar cuánto había crecido y lo fuerte y sano que se veía, aunque algo introvertido.
La tarde continuó su curso normalmente y lentamente llegó el momento de la despedida con besos y abrazos y la promesa de regresar muy próximamente.

V

Una tarde, mientras Elsa realizaba su habitual show, sintió que se desvanecía, todo giraba a su alrededor y unos pocos segundos después, cayó pesadamente al suelo inconsciente.
Darío al ver lo ocurrido, corrió  abatido,  hasta donde se encontraba su esposa.
-¡Por favor, ayúdenme! ¡Rápido! ¡Mi esposa se descompuso! ¡Por favor!
Inmediatamente acudieron enfermeros y médicos del lugar y asistieron a la joven.
Transcurridos unos días, explicaron a Darío que Elsa había sufrido una descompensación y que cuando se recuperara la llevarían a su habitación.
Esa mañana el joven debía realizar varios trámites, por lo que se retiró del Centro luego de haber escuchado a los médicos. Más tarde regresaría. Sabía que su esposa, quedaba en manos de profesionales.
Pasadas unas horas, la joven se hallaba en su lugar.
Entre abrió los ojos, y recorrió cada rincón. Se incorporó en la cama y como pudo llegó hasta el extenso pasillo. Recordó entonces, dónde estaba y qué le había sucedido.
Su desesperación cada vez  que veía tierra, y la incomprensión de los que lo rodeaban, incluso su madre, a excepción de su esposo que sabía que lo suyo no era “una manía”.
Sintió dolor por no poder criar a su pequeño hijo y ser una verdadera  esposa.
Irrumpió una vez más en su mente aquella niñita desconocida, que finalmente podría descansar en paz.
Pensó en toda su vida…
De pronto, una mano se posó en su hombro y se sobresaltó; era Darío que había regresado.
-Mi amor, ¿Qué haces acá?  –preguntó su esposo, cariñosamente –aún no estás totalmente recuperada. Vamos a la cama.
La joven, sin emitir sonido alguno, tomó el brazo de su esposo y ambos regresaron a la habitación.
Pensó entonces, que más adelante, volvería a cantar y sería un poco más feliz…
 En ese momento desde un rincón su hermana Nélida la observaba y a la vez pensaba
“Cuando  la vi  en la cama, me di cuenta de que aún no estaba todo perdido, de que podía hacer algo para ayudar a mi hermana. Yo, que soy la mayor y llevo el mismo nombre de mi madre. Tenía la oportunidad única de hacer que se sintiera dichosa,  que fuese plenamente feliz. Así  fue, que organicé una fiesta en el Centro,  donde la estrella principal era Elsa,  acompañada por dos cantantes reconocidos. Esa noche,  sé que mi hermana fue  muy feliz y que jamás la olvidaría…”

FIN
Susana E. Irigoite

Sobre SUSANA IRIGOITE

Docente y Escritora de la localidad de Ranchos partido de General Paz. Bienvenidos a mi blog. No olviden dejar su comentario. Siempre es un placer leerlos.
    Blogger Comment
    Facebook Comment

0 comentarios :

Publicar un comentario