ANTES DEL OCASO

Como todas las tardes desde hacía años, la anciana indígena, se dirigió lentamente hacia el ventanal de geriátrico donde se hallaba internada.
Caía la tarde, en el cielo se encendieron crisoles relucientes dándole un color tornasolado. La brisa, era una caricia suave que mecía levemente las ramas de los árboles.
Atrás dejó junto a su pasado, los usos y costumbres de sus ancestros; y ahora con la mirada perdida en un punto, se transporta a un tiempo que siente atrapado y guardado en un rincón de su memoria. Algo ardiente, que bulle, que erosiona y quiere explotar como un volcán.
Revivió entonces su añorada infancia...
Hija de integrantes de un pueblo originario, heredó la tez bronceada, los cabellos lacios y negros, al igual que sus ojos grandes y profundos.
De niña,  aprendió de su madre a machacar las hojas de chagua y a extraer de ellas las fibras, las cuales eran teñidas y luego secadas al sol, para hilar bolsas con las cuales su padre cargaría el fruto de la caza o pesca, o quizá útiles personales.
Tuvo que acostumbrarse a vivir en diversos lugares, pues sus padres debían aprovechar lo que la madre naturaleza les proporcionaba para la subsistencia de la familia, lo cual no le incomodaba.
La vivienda era una choza amplia, cupuliforme de planta circular, la cual era habitada por sus padres, ella y sus hermanos (que eran tres); lugar donde reinaba la más perfecta armonía.
Los días soleados, solía acompañar a su padre en la canoa para pescar algún surubí o para simplemente regocijarse con la naturaleza, quien se imponía majestuosa ante sus ojos.
Trinos de pájaros emergían de distintos lugares, los insectos jugueteaban a su alrededor sin dañarla ni molestarla.
Cuando conoció a Neculman supo inmediatamente que sería su esposo, y así fue.
 Neculman, fue un amante y compañero incomparable. Un trabajador incansable.
Recordó las tardes en las que luego de juntar frutos de chañar, mistol o trusca, iban a la orilla del río a disfrutar del aire y el sol, chapoteando agua entre abrazos y besos apasionados. O a navegar, para luego regresar a casa con el producto de la pesca.
Se hallaba concentrada en estos pensamientos , cuando sintió que alguien apoyaba la mano en su hombro.
Se volvió y halló ante sí, a un joven apuesto, alto, delgado, quien la observaba con mirada cariñosa.
-¿Keupumill ?- preguntó el muchacho.
-Sí- respondió la anciana, sintiendo como se le estremecía el cuerpo al escuchar su nombre.
-¡Abuela! ¡Al fin te encontré! ¡Yo soy Coñalef, tu nieto. Mi padre es Trecaman, tu hijo!
Keupumill, confusa por la revelación imprevista del joven, vaciló un momento, pero vio los ojos de su hijo en los de quien decía ser su nieto.
Por unos segundos ninguno dijo nada, luego, en un abrazo infinito ambos se fundieron como queriendo detener el tiempo y recuperar  todos los momentos perdidos. Más tarde, con voz temblorosa provocada por la avalancha de emociones, la abuela preguntó:
-¿Cómo diste conmigo hijo?
-Papá escuchó que te habían traído aquí en casa de sus patrones,  y decidimos inmediatamente venir a verte.
-¡Pues que venga también Trecaman! ¡ Deseo con toda mi alma volverle a ver!
Coñalef, salió raudamente de la sala en busca de su padre, quien impaciente ya por la demora de su hijo, caminaba de un lado a otro de la sala de recepción.
Cuando por fin vio a Coñalef fue hacia su encuentro.
-¿Cómo está?- preguntó completamente consternado y esperando estrechar lo más pronto posible a su madre por quien tantas veces había clamado.
-¡Muy bien!- respondió Coñalef.
-¿Puedo pasar?
-¡Claro que sí! ¡Te está esperando!
Ambos con paso apresurado se dirigieron hasta el lugar donde la anciana los esperaba.
Al abrir la puerta los ojos de Trecaman dieron con los de su madre llenos de lágrimas.
Keupumill observó que aquellos ojos eran los de su hijo.
El abrazo fue intenso,como  queriendo recuperar el tiempo ya ido.
-¡Trecaman! ¡Hijo mío! ¡Cuánto te lloré!¡Cuánto añoré este momento!
-¡Mamá, yo también lloré y clamé  por vos y por papá!
Coñalef, quien en silencio emocionado contemplaba el reencuentro, para distender un poco  ese momento  dijo:
-Bueno,¿Ahora qué les parece si nos sentamos y charlamos un poco?
-Sí- dijo la mujer.
-Abuela...¿Por qué no nos contás lo que sucedió cuando los separaron?
Fue entonces cuando la anciana comenzó a mirar a través del vidrio, como si en el horizonte pudiera revivir aquellos momentos...
-Era un lugar ¡Tan bello!- comenzó diciendo- el río cruzaba el monte de algarrobos. El verano era sumamente caluroso y llovía con mucha frecuencia. La alfombra verde se unía en el poniente con el celeste del cielo y el azul de las aguas del río. Convivíamos con otras familia, cada una tenía su choza.
Aquel atardecer cuando las sombras se extendieron por todo el lugar, luego de un día de calor agobiante me pareció oír un ruido extraño y ver brillar una luz en la espesura del monte, pero nunca imaginé...(se llenaron  de lágrimas sus enormes ojos negros)
-¿Qué es lo que nunca imaginaste mamá?- preguntó Trecaman.
-Lo que nunca imaginé fue lo que sucedió aquella noche. Fue atroz. Yo me dispuse como todos los atardeceres, a entrar en la choza todos mis tejidos. Saqué de la hamaca a mi niño, a vos Trecaman, y encendí el fuego con algunas ramas pues tu padre vendría con carne para asar.
Cuando reinaba total oscuridad en el lugar y mi compañero no regresaba temí al "Blanco".
-¿Quién era el Blanco?- preguntó Coñalef.
-Era el demonio que navegaba sobre las aguas. Pensé que quizá él lo estuviera reteniéndole y haciéndole daño.
-¿Pero al final llegó?
-Sí, bastante más tarde apareció. Fuerte, musculoso, de carácter firme y algo obstinado pero sumamente generoso. Venía muy feliz trayendo el resultado de su caza. Me abrazó y puso a cocinar la carne. Nos encontrábamos uno muy cerca del otro en silencio, contemplando el rojo amarillento del fuego y su crepitar. Luego cenamos y estuvimos muy juntos hasta que el sueño nos venció.
El río corría suavemente, las aves y los insectos se hallaban en expectante quietud.
De pronto, un sonido de tropillas nos despertó y Neculman de un salto salió de la choza para alertar a los demás.
-¡Hombre blanco! ¡Hombre blanco!- gritó con toda la voz.
Todas las chozas se aprestaron para el ataque mientras la milicia,  que ya había dejado sus caballos en el monte, arremetieron contra nosotros a sablazos, degollando y atravesando con sus bayonetas, ya que el enfrentamiento fue cuerpo a cuerpo. Nos defendimos cuanto nos fue posible al igual que ellos. Muchas de nosotras,  fuimos arrastradas del cabello hasta el monte donde eramos golpeadas, abusadas, nos sometían y luego degollaban. Otras aunque salvajemente torturadas, salvamos nuestras vidas pues nos entregaron como esclavas a los blancos. Los hombres también fueron torturados y luego degollados. Algunos también entregados como esclavos.
El río se tiñó de rojo con sangre de los dos bandos.
Ellos venían a quitarnos las tierras, los caballos, y más tarde nos dimos cuenta que querían el oro y la plata al igual que todas la riquezas de nuestro suelo.
Ingresaron en nuestras chozas destruyendo todo lo que hallaban a su paso. Así fue que dejaron en total desolación nuestro lugar, y como si fuera esto poco nos contagiaron pestes que traían  y dejaron un sembradío de muertos.
Nosotros nos defendimos, es verdad que muchos de ellos fueron muertos por nuestras lanzas, ya que entre los nuestros habían buenos guerreros como tu padre Trecaman, mi amado esposo, que sin embargo cayó en manos de ellos y fue arrastrado hasta el monte donde lo golpearon hasta casi dejarlo inconsciente y a orillas del río le quitaron la vida con una bayoneta. Yo lo vi pues estaba tirada y muy golpeada cerca de ese lugar. Nunca pude quitar esas imágenes de mi mente. A vos Trecaman, mi hijito, te arrebataron de mis brazos, te levaron lejos. Yo grité, imploré, gemí, para que no te apartaran de mí, pero todo fue inútil.
Luego... No supe más de vos, aunque anidaba en el alma la esperanza de volver a verte antes de mi ocaso.
-¡¿Qué estás diciendo mamá?!
-Hijo mío, ya tengo mis años y he sufrido lo indecible. ¿Cuánto piensas que viviré?
-¡Muchos,  muchos años más mamá!
Ambos volvieron a abrazarse. Luego Trecaman dijo:
-A mi me trataron bien, me educaron y hoy tengo mi familia, aunque el dolor que me causó no tenerlos a ustedes a mi lado no puedo expresarlo hoy en palabras;  pero debemos celebrar que hoy estamos nuevamente juntos. En breve traeré al resto de mi familia y mañana te irás de aquí con nosotros.
Keupumill no podía dar crédito a lo que estaba viviendo, por un momento pensó que era solo un hermoso sueño que pronto acabaría , pero no fue así ya que su hijo dichas estas palabras se dirigió en busca del resto de su familia.
En ese preciso momento,  en aquel lugar donde se iniciara esta historia, las aguas mansas que acunaran tantas veces a dos almas que supieron amarse, ahora forman olas que se elevan y rompen violentamente contra la rivera del río. El viento suave que mecía las copas de los algarrobos se torna violento silva y pregunta ¡¿Tuvo que ser irremediablemente de esta manera?! ¡¿Hubo necesidad de tanta barbarie?!...Y solo el rugir del viento le responde...


Susana E. Irigoite



Sobre SUSANA IRIGOITE

Docente y Escritora de la localidad de Ranchos partido de General Paz. Bienvenidos a mi blog. No olviden dejar su comentario. Siempre es un placer leerlos.
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